viernes, 9 de mayo de 2008

NAGUAL (Capitulo I) por Mapache

El jueves 15 de Diciembre del 2005, se dejo ver sobre la Tierra la luna más cercana y brillante en 18 años.
La luna llena brilla en todo su esplendor y a pesar de ello hay rincones oscuros en esta ciudad tan grande -El pensamiento de Carlos divagaba sobre los acontecimientos que ocurrían, y por los que están por ocurrir- pero aun así no veo algo inusual.
Su paso se aceleraba al ritmo de su pulso, pues llevaba prisa. Empieza a sentir un raro escalofrío, de esos que no se pueden describir. Volteó la cabeza y vio un gato negro, algo grande y con unos ojos amarillos que se encontraba sentado en una barda mirándolo.
Carlos fingió no darle importancia, y apresuro el paso. Después de un tiempo hecho un vistazo hacia atrás, el gato lo estaba persiguiendo. Carlos comenzó a correr desesperado pensando que el gato no lo perseguiría o que lo perdería; al cruzar varias cuadras volteó otra vez y miró al gran gato acercársele con paso apresurado. Aquello parecía una carrera, pero más bien era una persecución; el gato corría, trotaba y de vez en cuando caminaba para no perder a Carlos, pero nunca se veía la intensión de alcanzarlo o hacerle daño.
Carlos tomo aire y siguió corriendo mientras que sacaba de su camisa un collar que terminaba en otro collar más pequeño con figuras raras, como de cráneos, parecían de jade, entre cada poste de luz que pasaba Carlos, dejaba ver el collar, un color verde oscuro. Con el collar en la mano empezó a rezar mientras corría hasta que vio una malla metálica, la trepó y después hizo lo mismo con una pequeña barda de ladrillo algo desgastada y con grafiti que tapaba un anuncio de perros. El gato subió la malla con algo de dificultad, en cuanto a la barda de un brinco llego a la punta; observó con cuidado la oscuridad que había del otro lado, por donde había saltado Carlos, y pudo oír unos gruñidos algo familiares que los complemento al ver unas sombras grandes y pequeñas. Estaba en la barda que limitaba a la calle y lo que parecía ser una perrera, pero aun no sabía donde estaba Carlos.
El gato bajó de la barda y al caer en el oscuro suelo, ya no era un gato, era un terrier chiquito, de color gris con negro; con ojos negros y algo chistosos. Paso entre los perros y olfateó por aquí y por allá buscando algún rastro de Carlos; pasó frente a un doberman, un bóxer y un San Bernardo, parándose frente a éste último. El gato convertido en Terrier estaba pensando que hacer. Sólo sintió una feroz mordida en su pata trasera izquierda que le hizo dar un horrible aullido; el San Bernardo se la había hecho y con gran ventaja, pero lo raro es que nunca gruño para hacerle una llamada de atención o para que el pequeño terrier se saliera de ahí, simplemente lo ataco. El pequeño se defendió dándole una mordida en la primera cosa que vio: la oreja izquierda del San Bernardo; esto subió de tono el conflicto y lo que eran unas mordidas se convirtió en una pelea, la cual puso nerviosos a otros perros y empezaron a ladrar.
Pero que podía hacer el pequeño perrito contra la masa de pelos y músculos que tenía enfrente; ese San Bernardo era imponente, más alto de lo normal, unos ojos que el Terrier parece haber reconocido; en cuanto al color del pelaje era blanco con dos manchas grandes cafés, una que le llenaba la mitad de su hocico de ese peculiar color y la otra que le cubría la pata izquierda y la cola. Dió un gran ladrido que hizo que el Terrier corriera y se perdiera entre los demás perros.
Todo ese "barullo" había dado como resultado que las luces de la casa se encendieran; no era una perrera sino una casa hogar para perros, o al menos eso era lo que se podía leer en la barda: "Casa para perros Angélica", y al lado de esta frase tenía algo que parecía ser el dibujo de un perro de raza Pastor alemán, ya que el color negro y amarillo del grafiti le tapaba parte de su hocico y abajo de el perro unas letras pequeñas que decían: "la segunda casa de su mascota".
De la casa, que era de color blanco con los bordes y ventanas pintadas de azul rey, salía una silueta humana, una mujer de unos 23 o 22 años aproximadamente que al salir al patío puso en sus labios algo que parece ser un silbato, de esos especiales que sólo lo escuchan los perros, y aspirando suavemente lo hizo sonar lo que produjo que todos lo perros se callaran. Esa silueta femenina pasó entre los perros, viendo que todo estuviera normal; todo estaba bien, excepto un San Bernardo que sangraba de la Oreja izquierda. Ella dio la vuelta y entro apresurada a la casa, regreso al patio y solo se ve la pura silueta, ya que la única luz que salía era de la casa porque el patío carecía de luz, con una libreta en mano la abrió, reviso y cerró; después se agacho un poco.
-Ven perrito, ven chiquito -Le estaba hablando al perro. Nuestro San Bernardo parecía dudar pero al final se acerco con cautela hacia ella; la joven estiró la mano para que el perro la oliera y entrara en confianza. Esto último fue lo que paso, pues el perro termino moviéndole la cola, dándole confianza a la joven para ponerle una correa y llevarlo adentro de la casa. El perro se encontraba en una mesa fría y de metal, un foco blanco, de esos económicos, alumbraba el cuarto que estaba pintado de azul cielo. Frente al perro estaba la puerta; a su lado izquierdo se encontraba una vitrina con medicamentos, todos en frascos de vidrio oscuro y etiquetados; del lado derecho una venta que daba hacía donde estaban los perros allá afuera; atrás de él, un pequeño buró y en la pared cuatro reconocimientos, todos enmarcados en madera sin pintar ni barnizar.
-Perdón por dejarte sólo, lo que pasa es que el algodón se me termino y tuve que bajar al sótano donde guardo la despensa y otros medicamentos-La joven había hecho acto de presencia en el cuarto. Tés clara; cabello largo, chinito (muy delicado, podría decirse que finito) y de un color que oscilaba entre el amarillo y el café; ojos grandes color café claro, haciendo juego con su cabello; nariz, boca y orejas chicas; todo eso encerrado en una cara ovalada. Traía puesta una bata blanca, bien abotonada, por lo que no se podía ver la forma de su cuerpo, lo único que esa bata pegada a su cuerpo nos permitía imaginarnos, era unos pechos caídos de tamaño no tan exagerado, unas caderas anchas y unos tobillos delgados que se le escapaban a la bata para terminar en unas pantuflas grises de forma de ratón.
-Bien, esto te va ha arder pero será para que no se te infecte esa herida, así que no me muerdas, ¡eh¡ - El perro solo la miro con cierta indiferencia y observó la puerta del cuarto que estaba abierta. Ella abrió la bolsa de algodón, cortó un pedazo y lo puso en la mesa fría, sobre la cual se encontraba el perro; abrió la vitrina, sacando dos frascos que tenía etiquetado el nombre de: "alcohol" y otro que decía: "mertiolate"; el pedazo de algodón lo partió en dos; el primero lo mojó con alcohol y dirigiéndose hacia el perro se lo puso en la herida que limpió con cuidado hasta que el algodón tomó un color rojo, lo tiró y tomó el otro pedazo que mojó con mertiolate y se lo untó hasta que el algodón quedó seco. Durante todo ese proceso el perro no hizo absolutamente nada, excepto seguir mirando hacia la puerta. La joven tiró los algodones y se lavó las manos.
-Bianca, ¿Qué fueron todos esos ladridos? ¿Todo está bien? - Una voz grave y débil le estaba hablando a la joven, y ella contestó:
-Casi todo esta bien abuela - La abuela se encontraba parada en la entrada de la puerta; bajita de estatura, bien alimentada; tés morena clara, cabello largo, chinito y blanco; unos lentes delgados le cubrían los ojos pequeños; su cara, una característica peculiar de todos los abuelitos, arrugada; traía una bata larga y blanca.
-¿Por qué dices casi?
- Lo que pasa abuela es que este perro no está registrado y no recuerdo tampoco que nos hayan dejado un San Bernardo para cuidarlo. Además, estaba herido de una oreja y lo tuve que curar - La voz grave de la abuela se escucha otra vez que le dice con amor:
-Bueno, ¿por qué no dejas al perro aquí en el cuarto y nos vamos a dormir? hoy tuviste un día muy agitado, muchos perros se registraron y es obvio que no puedas recordarlos a todos. Acuéstate y mañana, ya con más energías y ánimos, podrás ver de donde viene ese perrito.
-Tienes razón abuela, por eso te quiero, no sé que haría sin ti.
Las voces de las dos se pierden más allá de la puerta, por las escaleras que dan a los cuartos de arriba. Al no oír ruido alguno, nuestro San Bernardo se baja de la mesa de un brinco y se dirige hacia la puerta que da al patio donde estaban los perros; pero escucha que alguien baja de las escaleras y de inmediato se sube a mesa y se hace el dormido.
-Disculpa perrito te dejé la luz encendida.
La joven apagó la luz y cerró la puerta del cuarto. El perro solo espero unos minutos y se bajó de la mesa otra vez y abrió la puerta con su hocico empujándola hacía él, ya que la puerta no tenía pasador, logró abrir un poco la puerta y con su hocico la empujo para abrirla completamente, se dirigió nuevamente hacía la puerta del patio, para su suerte esta no tenia seguro así que repitió el mismo procedimiento que utilizó para abrir la puerta del cuarto. Salió al patio y entre unos pequeños arbustos se metió, de ellos sacó una bola de ropa envuelta en un trapo negro que se la coloco en el hocico y se dirigió hacia la puerta de la casa, entró a ella; cruzó la oscura sala que daba a la puerta de la calle, pero solo se quedó mirando la puerta ya que esta si tenía seguro. El problema lo resolvió al ver que las ventanas son de fácil manejo al menos para un perro, ya que solo se jalaba una palanca hacia arriba y se empujaba la puerta hacia afuera. De esta manera el perro pudo salir al patio de enfrente de la casa.
Un Jardín pequeño con muchas rosas de todos lo colores, un espacio pequeño que unía la puerta de la casa con la de la calle, un área para el auto sin un auto que lo ocupara y un San Bernardo parado frente a la puerta de salida, observando esos fierros verticales, que unidos formaban una gran puerta alta acompañada de un muro y un portón para la salida del vehículo.
Continuará...
Escrito por Mapache
México

0 comentarios: